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Malestar, ¿momento De Consultar?

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MALESTAR, ¿MOMENTO DE CONSULTAR?

por Lic. Ricardo Navas

¿Qué es lo que hacemos cuando nos sentimos mal, cuando alguno de los componentes del precario equilibrio en el que nos movemos se extravía? La respuesta se presenta como algo obvio y sobre lo cual no hay mucho que decir a primera vista: lo recomponemos o, por lo menos, intentamos hacerlo. Sólo que esto a veces no resulta tan simple.

Si se trata de un malestar físico -porque todo desequilibrio se traduce en malestar- los caminos a seguir son diversos: nos ponemos a régimen, p. ej. si es digestivo, o suspendemos alguna actividad de las que realizamos habitualmente, tanto sea el ejercicio, fumar o cualquier otra cosa que consideremos la respuesta a nuestra interrogación sobre aquello que nos aqueja; o sea, buscamos la manera de curarnos por nosotros mismos.

Pero, ¿y si esto no da resultados? Se abre aquí un abanico de posibilidades. Los más acertados recurren a un médico. Los más o menos acertados consultan con el farmacéutico. Los que están absolutamente desorientados le preguntan a un amigo o amiga. Y los que disfrutan de su enfermedad u obtienen de la misma algún beneficio se mantienen aferrados a ella, no obstante lo cual, como excusa, se quejan.

Claro que dado el caso que quien progrese sea la enfermedad y no el paciente siempre queda el recurso último de la consulta profesional. En estas personas escuchamos habitualmente la frase tan trillada y para nada fundamentada de "Vos vas al médico y te mata, te enchufa remedios y te deja peor de lo que estás".

Si la problemática es de orden anímico la frase que se escucha es distinta: "Vos vas al psicólogo y te pone más loco de lo que estás", o la otra que dice: "Yo no estoy loco para ir al psicólogo". O una más retorcida: "No, yo no estoy para el psicólogo; estoy para el psiquiatra"; aunque, por supuesto, ninguno de los dos profesionales en cuestión recibe su consulta. Si bien en apariencia las frases son distintas, lo que no es distinto es el tipo de respuestas que se esbozan o concretan frente a eso que podemos llamar "malestar".

Puesto que existe una importante tendencia a considerar que el síntoma es la enfermedad misma, asimilando uno a otra -cuando en realidad el primero no es más que la expresión de la segunda-, esto lleva a buscar como remedio la supresión del síntoma creyendo que así se cura la enfermedad. Se ponen entonces en juego los múltiples recursos individuales que habitualmente se esquematizan en tratamientos con diversos tipos de fármacos, llegando incluso a la utilización de psicofármacos que la persona obtiene a través de familiares, un farmacéutico poco consciente o un médico de receta fácil.

Así ocurre que el paciente siente lo que llama "mejoría": no se encuentra tan angustiado -la angustia jamás desaparece por completo-, o tan nervioso, o puede dormir mejor, o... Lo que no encuentra es solución a su problema -aunque a veces sí a su síntoma- porque el problema está dentro de él y, habiéndolo "pateado para adelante", tarde o temprano y por efecto de su mismo andar volverá a encontrarlo, sólo que esta vez se presentará bajo otro aspecto o bajo el mismo mucho más potenciado. Postergando su solución, la persona sólo consiguió agravar su problema.

Una frase bastante remanida es "Uno tiene que resolver sus problemas solo". A una afirmación tan contundente cabría cuestionarle ¿Por qué? "Bueno, a lo sumo se charla con un amigo o un familiar". ¿Por qué? ¿Por qué creer que aquello que no tiene consistencia palpable como son los problemas emocionales, la frustración, la angustia, la depresión, el sentimiento de soledad a pesar de contar con múltiples personas alrededor, los "malos" pensamientos que agobian -por mencionar sólo algunos motivos- no corresponden a un campo específico de la ciencia que es el psicoanálisis? ¿Por qué pensar que aquello que es propio de un saber específico puede ser reducido a "palmoterapia", esto es, terapia de la palmada en la espalda y que sólo consigue un efímero consuelo?

Existe la creencia no explicitada pero sí presentificada en la cotidianeidad de la gente que la depresión, la angustia o los "malos" pensamientos no revisten gravedad o peligro. La persona suele encontrar amparo en la ilusión que dice que a ella no le va a pasar nada malo pero es de este mundo y de todos los días observar cómo situaciones adversas coagulan en intentos de suicidio, disminución del rendimiento intelectual o laboral, accidentes que puestos bajo la lupa no son tales pero que igualmente resultan a veces hasta fatales; y muchísimas otras manifestaciones que resultaría imposible enumerar. Pero la más habitual aunque no por eso la menos destructiva es aquella en la cual vemos que un modo de comportamiento se estereotipa produciendo escollos insalvables en las relaciones con los demás y con la vida.

Y es importante tener presente que en muchísimos casos la simple voluntad de la persona no alcanza para sustraerla del conflicto en que se encuentra, como así tampoco el amor que pueden dispensarle sus allegados alcanza más que para servir de simple refugio al sufriente, pero no por esto actuando con efecto curativo. Porque el amor, en cualquiera de sus versiones, si bien alivia, jamás produce la curación.

¿Y qué sucede con la voluntad? ¿Qué sucede con esa fuerza a la que se invoca creyendo que podrá hacer del Hombre un sujeto autodeterminativo capaz de aliviarse por sí mismo? Freud, con su descubrimiento y conceptualización de las leyes del inconsciente, muestra a la Humanidad que la conciencia no es en realidad el centro de decisiones del sujeto; y que la voluntad es el polo motor del deseo inconsciente, deseo que habitualmente no coincide con los reclamos conscientes de curación, los cuales con frecuencia se ubican en el sentido de adaptación de la persona a los parámetros sociales.

Las decisiones, inclusive aquellas efectuadas al azar, evidencian una vez analizadas que están sometidas a una determinación inconsciente de la cual el sujeto no tiene conocimiento. Así es que la persona se sorprenderá a sí misma -en el doble sentido de "pescarse in fraganti" y causarse cierto estupor- repitiendo a lo largo de su vida no sólo sus conductas sino también la vida misma. Personas que se separan de sus parejas porque la convivencia les resulta imposible y que al poco tiempo se relacionan con otra que resulta idéntica a la anterior. O aquellas que suelen ser abandonadas por todos. O las que siempre pierden el trabajo. O bochan sus exámenes. O siempre están enfermas. O sufren accidentes. O... Hay tantos "O"... que podríamos convenir en que son incontables.

Claro que creer que por ejemplo a alguien lo echan del trabajo por el mismo motivo aparente -aunque esto es posible- es un poco ingenuo. Las causas serán, probablemente, diferentes; lo que no será diferente es la esencia de las distintas situaciones, esto es, perder el trabajo; y por esto, las "distintas situaciones" constituirán una repetición de lo mismo.

Pero esta diversidad en el decorado de las escenas llevará a la persona a una profunda convicción: "yo no tengo nada que ver en esto, la culpa es de eso, de ella o de él", "y... bueno, yo soy así". En definitiva, miles de respuestas posibles que intentan sostener lo insostenible, que permiten escapar y no enfrentarse a ese punto de angustia que resulta de reconocer que uno no sólo está implicado en aquello que le sucede sino que también es su causante.

Porque puede decirse que en verdad la cuestión radica en que el otro es como es o que las circunstancias se dieron así, pero lo que no puede justificarse es la razón por la cual no nos alejamos de dicha persona o ejecutamos alguna acción para modificar esa situación. Aquí es donde aparece precisamente el carácter de sujeción en que nos encontramos en relación a nuestro inconsciente.

Muchas veces se ha dicho y escuchado que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Pero pocas veces se aclara que es el ser humano mismo quien coloca esas piedras delante de su camino.

¿Qué es lo que el psicoanálisis ofrece como alternativa? Justamente, la posibilidad de desatar esas ataduras del sujeto a los elementos que lo determinan mediante la teoría y la técnica que constituyen su saber. Ya que todo aquello que no tenga que ver con desanudar no es más que poner parches que, a la larga, son imposibles de sostener, porque el apuntalamiento se vuelve necesario en cada vez más ámbitos de la vida. Tanto sea este apuntalamiento por amor, consejos, creencias religiosas, o cualquier otra alternativa no resulta más que una restauración narcisística del yo que volverá a resquebrajarse.

Ante este panorama, cabe entonces una pregunta: ¿Por qué la gente no recurre a la consulta profesional? ¿Por qué se resigna a esta rueda que la lleva siempre al mismo lugar?

Los motivos que subyacen a esta posición alcanzarían para otro u otros comentarios, pero dos de ellos merecen mencionarse brevemente aquí: en primer lugar, podemos decir que sin que la persona llegue a percatarse, hay en todo síntoma psicológico un núcleo de gratificación que resulta difícil estar dispuesto a abandonar; y, en segundo lugar, es más económico en términos de la economía interior del esfuerzo y el placer, apelar a las respuestas conocidas y tranquilizadoras del siempre igual que emprender la tarea de producir cierta variación en la invariancia de nuestra vida enfrentándonos a re-conocer aquello que nos determina.

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